PSICOLOGÍA Y DERECHOS HUMANOS: EL TRABAJO DESARROLLADO DESDE PSICOLOGOS SIN FRONTERAS MADRID.
José Guillermo Fouce. Doctor psicología. Coordinador Psicólogos sin Fronteras Madrid. Profesor Universidad Carlos III
Vamos a intentar abordar sintéticamente, en el presente texto 5 aspectos sobre los que vengo y venimos, como entidad, trabajando desde hace tiempo y que son elementos de reflexión y trabajo abiertos y en constante crecimiento.
En primer lugar me gustaría hablar del cierre de heridas y de la reiterada frecuencia con que aquellos que pretenden “recetar” el olvido para no recordar a las víctimas de la violencia suelen utilizar argumentos pretendidamente de carácter psicológico como la necesidad de no reabrir heridas en una especie de recomendación terapéutica del olvido como tratamiento: pasar página, mirar al futuro, son otras formas de recomendación utilizadas en similar dirección. Argumentos que no son nuevos y son repetidos por los represores y sus cómplices en nuestro país y fuera del mismo para evitar asumir responsabilidades. También suele argumentarse que todo se hace desde el rencor, el odio, la ira y la búsqueda de venganza.
Pues bien, ni desde la experiencia práctica en procesos de acompañamiento psicosocial a víctimas de emergencia o de la violencia política (como el 11 M, Kosovo o Argentina o las exhumaciones en España), ni desde la literatura especializada pueden sostenerse estas posiciones que apuestan por el silencio. No hay, por ejemplo, ni una entrevista o proceso de acompañamiento que nos indique que los familiares están motivados por el odio o el rencor, no hay ninguna evidencia de ello.
Quedan, eso sí, deseos de justicia, de recordar y la necesidad como derecho humanitario de primer orden, de encontrar al familiar desaparecido y enterrarlo adecuadamente, cerrar el largo y silenciado durante años ciclo de sufrimiento, devolver al deudo un merecido recuerdo y homenaje enterrándole y honrándole como merece.
El silencio recetado o su atribución de odio y venganza son, por cierto aplicados solo para hablar de las víctimas que no les convienen, porque tampoco es cierto lo del pacto de silencio, porque de otras victimas sí se habla, se las homenajea y se las recuerde, y sino, recordemos, por ejemplo, la política de la memoria que esta llevando la Iglesia Católica con beatificaciones masivas, homenajes o monumentos constantes o los libros de la pseudo historiográfica franquista tipo Pió Moa.
Ni las entrevistas y acompañamientos desarrollados con los familiares, ni los conocimientos teóricos de los que disponemos sobre este ámbito, corroboran o apoyan que las víctimas deban guardar silencio para cerrar sus heridas.
Si cabe matizar que, por supuesto, hay gente que opta por el olvido y es un mecanismo de defensa validable, respetable, solo las victimas tienen la potestad de elegir. De lo que se trata es de articular espacios en los cuales la gente decide si habla o no, si quiere o no quiere volver sobre estas cuestiones.
La legislación internacional y los derechos humanos marcan los tres pilares básicos de actuación consensuada en este ámbito: verdad (conocer lo que ocurrió, “hacer memoria”), justicia y reparación.
Desde una concepción rehabilitadora psicosocial sabemos que no puede haber elaboración de lo vivido, hasta que no se produzca, el reconocimiento de lo perdido y se hable de lo ocurrido cerrando heridas, mal cicatrizadas en este caso, por la imposibilidad de contar lo que paso o la presencia del terror social inoculado por la dictadura. Solo las víctimas directas y sus familiares son “dueños” de su memoria y sólo ellos pueden determinar cuándo olvidar y cuándo recordar. El olvido, además, será siempre relativo, ya que los hechos traumáticos estarán siempre de algún modo presentes en la memoria pues forman parte de la identidad de las personas. Antes de poder mirar al futuro y establecer un olvido siempre relativo es necesario haber podido asimilar lo ocurrido recordando, contándolo.
El dolor por la perdida, cura a largo plazo y es necesario para encajar lo ocurrido y para encauzarlo, para hacer el proceso de duelo; el dolor social lo es también para no repetir errores. Los dos instrumentos psicosociales básicos con los que contamos para afrontar situaciones como la represión, son la posibilidad de hablar de lo acontecido para recolocar el transcurrir de la vida rota por los acontecimientos y, por otra parte, el reconocimiento social a la persona perdida y la reparación.
La represión masiva fue un instrumento para castigar a las víctimas directas y sus familias, tratando de eliminar su identidad, su recuerdo y la posibilidad de manifestar dolor. Se trataba de establecer un castigo mas allá de la propia muerte, extendido a la familia, borrar a la persona perdida que no merece ni ser enterrada como un ser humano.
La sociedad debe apoyar a las víctimas, partiendo del reconocimiento social e histórico de su condición de tales, posibilitando la expresión de emociones y recuerdos, dando espacio para elaborar lo ocurrido y homenajear y recordar lo perdido.
Por eso tiene poco sentido y resulta maniqueo, hipócrita, malintencionado y sin ninguna base o fundamento científico señalar la necesidad de recordar a las propias víctimas (mediante, por ejemplo, placas en las Iglesias o beatificaciones) recetando el olvido para las otras víctimas para no reabrir sus heridas. El abismo moral existente entre el tratamiento a unas y otras víctimas resulta increíble y al tiempo inaceptable en nuestro país y en cualquier otra parte del mundo.
También podemos usar el sentido común, ¿y si fuese una de su víctimas, de sus seres queridos para quien le recetasen el olvido? Entonces, seguramente, el debate terminaría demostrando lo superfluo que resulta. Por eso, hay que revindicar el desarrollo de medidas de recuperación de la memoria desde la óptica de los derechos humanos. Hay que acompañar al que sufre, ponerse en su lugar y tras escucharle revindicar con él justicia.
Todas las víctimas son iguales, sí, pero no todas han sido recordadas y tratadas igual, no todas obtuvieron reparación, ni reconocimiento, por eso, resulta grotesco recetar el olvido. Las víctimas de la represión sistemática y genocida franquista no son diferentes a las víctimas del 11M, del 11S o de ETA, tampoco de otras víctimas en Argentina o Chile, todas demandan legítimamente ser reconocidas como víctimas, ser reparadas, que se conozca lo que ocurrió y que se les trate con justicia.
Cabe afirmar, por tanto, que los procesos de recuperación de la memoria histórica cierran heridas, cierran procesos y contribuyen a una mejora en las condiciones de vida de los familiares. No se abren traumas, más bien se normaliza la convivencia, se rompen tabúes sociales y políticos, y con ello las personas, atenúan sus propias pesadillas.
En segundo lugar, me gustaría hablar de algunas de las justificaciones pseudo científicas que se desarrollaron en el seno del régimen franquista y que, desde argumentos psicológico- psiquiátricos sirvieron para justificar la represión; justificaciones que nos permiten entender, un poco mejor, porque se fue capaz de llegar en muchos casos a ejercer una violencia tan cruel, sistematica, planificada y generalizada, genocida y con ensañamiento.
Uno puede encontrar el desarrollo de un complejo y completo entramado de justificaciones pseudo-científicas enmarcadas en el núcleo del mismo régimen y en la dirección justamente mencionada de dar cobertura a ataques generalizados y claramente intencionales a la población civil por razón de pertenencia a un grupo político (y también, supuestamente, racial) y, por tanto, definible como crímenes de lesa humanidad.
Pueden encontrarse documentadas desde ordenes de depuración dictadas en el BOE por el franquismo, u otras ordenes desarrolladas por los principales dirigentes del movimiento, cartas de apoyo, respaldo y bendición eclesiásticas. Incluso prohombres del régimen desarrollaron investigaciones pretendidamente científicas. Es el caso del coronel y psiquiatra Antonio Vallejo Najera, jefe de los servicios psiquiátricos del ejercito, que tras formarse en la Alemania pre-nazi, traslada y aplica a España concepciones de limpieza de raza y exterminio de los indeseables, que sirvieron para legitimar la represión generalizada.
Para Vallejo, ser republicano o marxista está íntimamente ligado con la inferioridad mental, la psicopatía y una serie de malformaciones físicas y psíquicas, algo que justifica mediante supuestos experimentos psico-genéticos con presos, realizados con autorización previa y directa de Franco, que a juicio de Vallejo demuestran científicamente estas relaciones. Como él mismo recoge en su informe “Biopsiquismo del Fanatismo Marxista”: "la idea de las íntimas relaciones entre marxismo e inferioridad mental ya la habíamos expuesto anteriormente en otros trabajos. La comprobación de nuestras hipótesis tiene enorme trascendencia político social, pues si militan en el marxismo de preferencia psicópatas antisociales, como es nuestra idea, la segregación de estos sujetos desde la infancia, podría liberar a la sociedad de plaga tan terrible”, “La inferioridad mental de los partidarios de la igualdad social y política o desafectos queda confirmada”.
Los revolucionarios natos eran, según Vallejo, “esquizoides místicos políticos y sujetos que inducidos por sus cualidades biopsíquicas constitucionales y tendencias instintivas, movilizadas por complejos de rencor y resentimiento o por fracaso en sus aspiraciones, propenden, en cierto modo congénitamente, a trastocar el orden social existente”. Y las mujeres, en general, pero particularmente las republicanas: “si la mujer es habitualmente suave, apacible y bondadosa obedece a los frenos que operan sobre ella, pero el psiquismo femenino tiene muchos puntos de contacto con el infantil y el animal, cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer y se liberan las inhibiciones fregatrices de las impulsiones instintivos despiértase en el sexo femenino la crueldad que rebasa todas las posibilidades inimaginadas “seres con muchos puntos de contacto con los niños y los animales y que, al romperse los frenos sociales que se les imponen, son especialmente crueles por faltarle inhibiciones inteligentes y lógicas, además de tener sentimientos patológicos”.
De estas conclusiones que Vallejo cita en su estudio, el psiquiatra extrae posteriormente una serie de recomendaciones para el desarrollo de políticas basadas en la higiene racial y la moral católica: se trata de “limpiar” la raza española retomando el proyecto purificador del genotipo español iniciado por los reyes católicos (como desarrolla en su libro “Eugenesis de la raza hispana”). Y esas recomendaciones se traducen en actuaciones como separar a las madres republicanas de sus hijos lactantes, el robo de niños o el desarrollo de programas de reeducación política y moral en los campos de concentración. Donde faltaba una adecuada dotación genética resultaban inútiles los esfuerzos dirigidos a moldear un hombre espiritualmente sano, había, entonces que extirpar el mal, a ser posible de raíz, unas veces con la muerte, otras evitando que se reprodujesen, por ejemplo.
“La civilización moderna –está hablando de eugenesia- no admite tan crueles postulados en el orden material pero en el moral no se arredra en llevara la práctica medidas cruentas que coloquen a los tarados biológicos en condiciones que imposibiliten su reproducción y transmisión a la progenie de las taras que los afectan. El medio más sencillo y fácil de segregación consiste en internar en penales, asilos y colonias a los tarados con separación de sexo. Nuestras esperanzas de justicia no quedarán defraudadas, ni tampoco impunes los crímenes perpetrados lo mismo morales que los materiales, inductores y asesinos sufrirán las penas sucesivas, la de muerte la más llevadera, unos padecerán emigración perpetua lejos de la madre patria a la que no supieron amar porque los hijos ….. añoran el calor materno. Otros perderán la libertad purgando sus delitos con trabajos forzados para ganarse el pan… los que traicionan a la patria no pueden legar a la descendencia apellidos honrados, otros sufrirán el menosprecio social, aunque la justicia social no les perdonará y experimentarán el horror de sus manos teñidas de sangre”
Por otra parte, como señalan Llavona y Bandres “los brigadistas supervivientes recuerdan la presencia de miembros de la Gestapo que tomaban mediciones antropométricas e interrogaban a los prisioneros”. Algo que deja abierta la hipótesis (mencionada también por Vincec Navarro), de si pudieron desarrollarse investigaciones que fuesen más allá, en esa misma dirección, como las perforaciones de cráneo desarrolladas por los nazis.
Etiquetar bajo un paraguas supuestamente científico a las poblaciones a las que se pretende perseguir y eliminarlas sistemáticamente es algo necesario en las políticas represivas. Los verdugos no tendrán inconveniente en asesinar al sometido si se le juzga como enfermo mental, como un ser de condición infrahumana, como un perro, así esta justificado que se le someta a un trato igualmente infrahumano y sentirán, además, que asesinan cumpliendo una misión elevada: salvar la patria (en una santa cruzada por cierto bendecida por la iglesia).
Por eso, conocer nuestra historia, conocer el papel de la ciencia y conocer los mecanismos de la represión sistemática es un ejercicio necesario y sano, además de un elemento más de juicio para concluir que lo que ocurrió en nuestro país fue mucho más que una guerra civil entre hermanos. Porque tras la guerra, el régimen franquista sometió a civiles que ni siquiera participaron en la lucha armada y hubo una persecución sistemática a colectivos de personas que tenían en común una ideología calificada como enferma, contaminadora de la raza y justificadamente reprimida: ser republicano o ser marxista se tradujo en una condena a muerte que, finalmente, desembocó en un genocidio.
En tercer lugar me gustaría explicar algo de lo que hacemos los psicólogos en las fosas y exhumaciones. En primer lugar nuestro trabajo se desarrolla antes, durante y después de las exhumaciones y estamos fundamentalmente haciendo acompañamiento, no-tratamiento. Hacemos acompañamiento a los familiares, desde una perspectiva técnica-profesional, para acompañar los procesos de memoria y los intensos sentimientos que surgen en ese momento. lo hacemos con el relato de lo que existe en otros países, como una parte más del equipo.
Nos comprometemos en desarrollar informes periciales que justifiquen que ahí no hay intento de revancha, que no hay enfermedad mental, no retraumatización, ni apertura de heridas, sino una situación saludable y positiva para las familias. Intentamos posibilitar que haya espacios en los cuales se pueda conversar y hablar, que las familias y los equipos puedan hablar e intentamos potenciar cosas que pasan con la exhumación.
En particular uno de los elementos que intentamos tocar es que la fosa sea un espacio pedagógico en el que se invite a participar a todas las personas del entorno que quieran pasar y se haga un trabajo previo de sensibilización de los colectivos, asociaciones, y gente en general. Se trata de movilizar la dimensión comunitaria y los cambios a partir de la exhumación. Intentamos abordar las expectativas, las frustraciones, y los rumores, asimismo durante las exhumaciones intentamos un acercamiento con las familias y planteando todo este tipo de cuestiones, también el cuidado de los cierres simbólicos o el manejo de las reparaciones simbólicas en el desarrollo de la fosa, la medicación con los familiares en caso de conflicto o la recogida de testimonios a pie de fosa, ya que la misma evoca recuerdos y memorias que muchas veces no salen en otras circunstancias.
En cuarto lugar, me gustaría comentar que abordamos este trabajo, como otros desde psicólogos sin fronteras, desde la perspectiva de la resiliencia, del modelo de competencia, de la psicología positiva. Miramos la situación de los familiares, trabajamos con ellos desde los elementos positivos, desde la visión del vaso medio lleno, hay, sin duda, una parte de dolor, una de trauma, de dureza, de elementos negativos, pero también una parte de elementos positivos, hay un aprendizaje y maduración, crecimiento personal y nosotros preferimos trabajar sobre estos últimos elementos. En virtud de ello, hablamos de modelos de competencia, de los resistentes, de sus estrategias y respuestas de afrontamiento. Siempre que trabajamos en estas cosas, lo que más admiramos son las estrategias de resistencia que han creado y trabajamos más sobre esto que sobre lo patológica. Nosotros no huimos, en la medida de lo posible de hablar de trauma o stress post-traumático y hablamos más de los aprendizajes para enfrentarse a lo que han tenido que vivir.
Por último, hablar de la empatía y la sensibilización. Hace poco leí un texto de las FAES que me dejo estupefacto, una mesa redonda que presentaba Esperanza Aguirre y en la que, entre otras cuestiones, se decía que estamos en una situación de guerra, que los europeos nos equivocamos y que hay que combatir la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, se trata, como proyecto global de movilizar el miedo, el terror, el pánico, la desconfianza al otro, el choque de civilizaciones.
Pues bien, nosotros apostamos por poner nuestros conocimientos, nuestra disciplina, también al servicio del desarrollo de acciones de sensibilización y movilización de la empatía que permitan romper algunos de esos círculos de miedo y ausencia de debate: se trata de hacer que las personas se pongan en el lugar de las victimas. Y lo hacemos, por cierto, y especialmente en el caso de los jóvenes, desde la utilización de lenguajes nuevos, cercanos a los mismos, que les son propios como la música, en sus diferentes estilos y vertientes, como las imágenes o las cartas contra el olvido haciendo que los que observan y nos miran se pongan en la situación de victima.
Y un último apéndice, si se me permite, sobre alguno de los debates que tenemos en el movimiento de memoria histórica con cierta frecuencia. Creo también que hay una falsa dialéctica o puesta en cuestión entre quien debe dar los pasos o dirigir las cosas o tomar la iniciativa: el estado o el movimiento. Desde mi trabajo en y con los movimientos sociales me gustaría recordar desde aquí que “necesitamos a papá y a mamá”, necesitamos a los partidos y a la sociedad civil, somos nosotros como movimiento los que estableciendo redes y sumando voluntades sin enfrentarnos por cuestiones terminológicas, podemos seguir consiguiendo cosas. La política institucional siempre va detrás, por eso es tan importante el lugar de los movimientos sociales.
José Guillermo Fouce. Doctor psicología. Coordinador Psicólogos sin Fronteras Madrid. Profesor Universidad Carlos III
Vamos a intentar abordar sintéticamente, en el presente texto 5 aspectos sobre los que vengo y venimos, como entidad, trabajando desde hace tiempo y que son elementos de reflexión y trabajo abiertos y en constante crecimiento.
En primer lugar me gustaría hablar del cierre de heridas y de la reiterada frecuencia con que aquellos que pretenden “recetar” el olvido para no recordar a las víctimas de la violencia suelen utilizar argumentos pretendidamente de carácter psicológico como la necesidad de no reabrir heridas en una especie de recomendación terapéutica del olvido como tratamiento: pasar página, mirar al futuro, son otras formas de recomendación utilizadas en similar dirección. Argumentos que no son nuevos y son repetidos por los represores y sus cómplices en nuestro país y fuera del mismo para evitar asumir responsabilidades. También suele argumentarse que todo se hace desde el rencor, el odio, la ira y la búsqueda de venganza.
Pues bien, ni desde la experiencia práctica en procesos de acompañamiento psicosocial a víctimas de emergencia o de la violencia política (como el 11 M, Kosovo o Argentina o las exhumaciones en España), ni desde la literatura especializada pueden sostenerse estas posiciones que apuestan por el silencio. No hay, por ejemplo, ni una entrevista o proceso de acompañamiento que nos indique que los familiares están motivados por el odio o el rencor, no hay ninguna evidencia de ello.
Quedan, eso sí, deseos de justicia, de recordar y la necesidad como derecho humanitario de primer orden, de encontrar al familiar desaparecido y enterrarlo adecuadamente, cerrar el largo y silenciado durante años ciclo de sufrimiento, devolver al deudo un merecido recuerdo y homenaje enterrándole y honrándole como merece.
El silencio recetado o su atribución de odio y venganza son, por cierto aplicados solo para hablar de las víctimas que no les convienen, porque tampoco es cierto lo del pacto de silencio, porque de otras victimas sí se habla, se las homenajea y se las recuerde, y sino, recordemos, por ejemplo, la política de la memoria que esta llevando la Iglesia Católica con beatificaciones masivas, homenajes o monumentos constantes o los libros de la pseudo historiográfica franquista tipo Pió Moa.
Ni las entrevistas y acompañamientos desarrollados con los familiares, ni los conocimientos teóricos de los que disponemos sobre este ámbito, corroboran o apoyan que las víctimas deban guardar silencio para cerrar sus heridas.
Si cabe matizar que, por supuesto, hay gente que opta por el olvido y es un mecanismo de defensa validable, respetable, solo las victimas tienen la potestad de elegir. De lo que se trata es de articular espacios en los cuales la gente decide si habla o no, si quiere o no quiere volver sobre estas cuestiones.
La legislación internacional y los derechos humanos marcan los tres pilares básicos de actuación consensuada en este ámbito: verdad (conocer lo que ocurrió, “hacer memoria”), justicia y reparación.
Desde una concepción rehabilitadora psicosocial sabemos que no puede haber elaboración de lo vivido, hasta que no se produzca, el reconocimiento de lo perdido y se hable de lo ocurrido cerrando heridas, mal cicatrizadas en este caso, por la imposibilidad de contar lo que paso o la presencia del terror social inoculado por la dictadura. Solo las víctimas directas y sus familiares son “dueños” de su memoria y sólo ellos pueden determinar cuándo olvidar y cuándo recordar. El olvido, además, será siempre relativo, ya que los hechos traumáticos estarán siempre de algún modo presentes en la memoria pues forman parte de la identidad de las personas. Antes de poder mirar al futuro y establecer un olvido siempre relativo es necesario haber podido asimilar lo ocurrido recordando, contándolo.
El dolor por la perdida, cura a largo plazo y es necesario para encajar lo ocurrido y para encauzarlo, para hacer el proceso de duelo; el dolor social lo es también para no repetir errores. Los dos instrumentos psicosociales básicos con los que contamos para afrontar situaciones como la represión, son la posibilidad de hablar de lo acontecido para recolocar el transcurrir de la vida rota por los acontecimientos y, por otra parte, el reconocimiento social a la persona perdida y la reparación.
La represión masiva fue un instrumento para castigar a las víctimas directas y sus familias, tratando de eliminar su identidad, su recuerdo y la posibilidad de manifestar dolor. Se trataba de establecer un castigo mas allá de la propia muerte, extendido a la familia, borrar a la persona perdida que no merece ni ser enterrada como un ser humano.
La sociedad debe apoyar a las víctimas, partiendo del reconocimiento social e histórico de su condición de tales, posibilitando la expresión de emociones y recuerdos, dando espacio para elaborar lo ocurrido y homenajear y recordar lo perdido.
Por eso tiene poco sentido y resulta maniqueo, hipócrita, malintencionado y sin ninguna base o fundamento científico señalar la necesidad de recordar a las propias víctimas (mediante, por ejemplo, placas en las Iglesias o beatificaciones) recetando el olvido para las otras víctimas para no reabrir sus heridas. El abismo moral existente entre el tratamiento a unas y otras víctimas resulta increíble y al tiempo inaceptable en nuestro país y en cualquier otra parte del mundo.
También podemos usar el sentido común, ¿y si fuese una de su víctimas, de sus seres queridos para quien le recetasen el olvido? Entonces, seguramente, el debate terminaría demostrando lo superfluo que resulta. Por eso, hay que revindicar el desarrollo de medidas de recuperación de la memoria desde la óptica de los derechos humanos. Hay que acompañar al que sufre, ponerse en su lugar y tras escucharle revindicar con él justicia.
Todas las víctimas son iguales, sí, pero no todas han sido recordadas y tratadas igual, no todas obtuvieron reparación, ni reconocimiento, por eso, resulta grotesco recetar el olvido. Las víctimas de la represión sistemática y genocida franquista no son diferentes a las víctimas del 11M, del 11S o de ETA, tampoco de otras víctimas en Argentina o Chile, todas demandan legítimamente ser reconocidas como víctimas, ser reparadas, que se conozca lo que ocurrió y que se les trate con justicia.
Cabe afirmar, por tanto, que los procesos de recuperación de la memoria histórica cierran heridas, cierran procesos y contribuyen a una mejora en las condiciones de vida de los familiares. No se abren traumas, más bien se normaliza la convivencia, se rompen tabúes sociales y políticos, y con ello las personas, atenúan sus propias pesadillas.
En segundo lugar, me gustaría hablar de algunas de las justificaciones pseudo científicas que se desarrollaron en el seno del régimen franquista y que, desde argumentos psicológico- psiquiátricos sirvieron para justificar la represión; justificaciones que nos permiten entender, un poco mejor, porque se fue capaz de llegar en muchos casos a ejercer una violencia tan cruel, sistematica, planificada y generalizada, genocida y con ensañamiento.
Uno puede encontrar el desarrollo de un complejo y completo entramado de justificaciones pseudo-científicas enmarcadas en el núcleo del mismo régimen y en la dirección justamente mencionada de dar cobertura a ataques generalizados y claramente intencionales a la población civil por razón de pertenencia a un grupo político (y también, supuestamente, racial) y, por tanto, definible como crímenes de lesa humanidad.
Pueden encontrarse documentadas desde ordenes de depuración dictadas en el BOE por el franquismo, u otras ordenes desarrolladas por los principales dirigentes del movimiento, cartas de apoyo, respaldo y bendición eclesiásticas. Incluso prohombres del régimen desarrollaron investigaciones pretendidamente científicas. Es el caso del coronel y psiquiatra Antonio Vallejo Najera, jefe de los servicios psiquiátricos del ejercito, que tras formarse en la Alemania pre-nazi, traslada y aplica a España concepciones de limpieza de raza y exterminio de los indeseables, que sirvieron para legitimar la represión generalizada.
Para Vallejo, ser republicano o marxista está íntimamente ligado con la inferioridad mental, la psicopatía y una serie de malformaciones físicas y psíquicas, algo que justifica mediante supuestos experimentos psico-genéticos con presos, realizados con autorización previa y directa de Franco, que a juicio de Vallejo demuestran científicamente estas relaciones. Como él mismo recoge en su informe “Biopsiquismo del Fanatismo Marxista”: "la idea de las íntimas relaciones entre marxismo e inferioridad mental ya la habíamos expuesto anteriormente en otros trabajos. La comprobación de nuestras hipótesis tiene enorme trascendencia político social, pues si militan en el marxismo de preferencia psicópatas antisociales, como es nuestra idea, la segregación de estos sujetos desde la infancia, podría liberar a la sociedad de plaga tan terrible”, “La inferioridad mental de los partidarios de la igualdad social y política o desafectos queda confirmada”.
Los revolucionarios natos eran, según Vallejo, “esquizoides místicos políticos y sujetos que inducidos por sus cualidades biopsíquicas constitucionales y tendencias instintivas, movilizadas por complejos de rencor y resentimiento o por fracaso en sus aspiraciones, propenden, en cierto modo congénitamente, a trastocar el orden social existente”. Y las mujeres, en general, pero particularmente las republicanas: “si la mujer es habitualmente suave, apacible y bondadosa obedece a los frenos que operan sobre ella, pero el psiquismo femenino tiene muchos puntos de contacto con el infantil y el animal, cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer y se liberan las inhibiciones fregatrices de las impulsiones instintivos despiértase en el sexo femenino la crueldad que rebasa todas las posibilidades inimaginadas “seres con muchos puntos de contacto con los niños y los animales y que, al romperse los frenos sociales que se les imponen, son especialmente crueles por faltarle inhibiciones inteligentes y lógicas, además de tener sentimientos patológicos”.
De estas conclusiones que Vallejo cita en su estudio, el psiquiatra extrae posteriormente una serie de recomendaciones para el desarrollo de políticas basadas en la higiene racial y la moral católica: se trata de “limpiar” la raza española retomando el proyecto purificador del genotipo español iniciado por los reyes católicos (como desarrolla en su libro “Eugenesis de la raza hispana”). Y esas recomendaciones se traducen en actuaciones como separar a las madres republicanas de sus hijos lactantes, el robo de niños o el desarrollo de programas de reeducación política y moral en los campos de concentración. Donde faltaba una adecuada dotación genética resultaban inútiles los esfuerzos dirigidos a moldear un hombre espiritualmente sano, había, entonces que extirpar el mal, a ser posible de raíz, unas veces con la muerte, otras evitando que se reprodujesen, por ejemplo.
“La civilización moderna –está hablando de eugenesia- no admite tan crueles postulados en el orden material pero en el moral no se arredra en llevara la práctica medidas cruentas que coloquen a los tarados biológicos en condiciones que imposibiliten su reproducción y transmisión a la progenie de las taras que los afectan. El medio más sencillo y fácil de segregación consiste en internar en penales, asilos y colonias a los tarados con separación de sexo. Nuestras esperanzas de justicia no quedarán defraudadas, ni tampoco impunes los crímenes perpetrados lo mismo morales que los materiales, inductores y asesinos sufrirán las penas sucesivas, la de muerte la más llevadera, unos padecerán emigración perpetua lejos de la madre patria a la que no supieron amar porque los hijos ….. añoran el calor materno. Otros perderán la libertad purgando sus delitos con trabajos forzados para ganarse el pan… los que traicionan a la patria no pueden legar a la descendencia apellidos honrados, otros sufrirán el menosprecio social, aunque la justicia social no les perdonará y experimentarán el horror de sus manos teñidas de sangre”
Por otra parte, como señalan Llavona y Bandres “los brigadistas supervivientes recuerdan la presencia de miembros de la Gestapo que tomaban mediciones antropométricas e interrogaban a los prisioneros”. Algo que deja abierta la hipótesis (mencionada también por Vincec Navarro), de si pudieron desarrollarse investigaciones que fuesen más allá, en esa misma dirección, como las perforaciones de cráneo desarrolladas por los nazis.
Etiquetar bajo un paraguas supuestamente científico a las poblaciones a las que se pretende perseguir y eliminarlas sistemáticamente es algo necesario en las políticas represivas. Los verdugos no tendrán inconveniente en asesinar al sometido si se le juzga como enfermo mental, como un ser de condición infrahumana, como un perro, así esta justificado que se le someta a un trato igualmente infrahumano y sentirán, además, que asesinan cumpliendo una misión elevada: salvar la patria (en una santa cruzada por cierto bendecida por la iglesia).
Por eso, conocer nuestra historia, conocer el papel de la ciencia y conocer los mecanismos de la represión sistemática es un ejercicio necesario y sano, además de un elemento más de juicio para concluir que lo que ocurrió en nuestro país fue mucho más que una guerra civil entre hermanos. Porque tras la guerra, el régimen franquista sometió a civiles que ni siquiera participaron en la lucha armada y hubo una persecución sistemática a colectivos de personas que tenían en común una ideología calificada como enferma, contaminadora de la raza y justificadamente reprimida: ser republicano o ser marxista se tradujo en una condena a muerte que, finalmente, desembocó en un genocidio.
En tercer lugar me gustaría explicar algo de lo que hacemos los psicólogos en las fosas y exhumaciones. En primer lugar nuestro trabajo se desarrolla antes, durante y después de las exhumaciones y estamos fundamentalmente haciendo acompañamiento, no-tratamiento. Hacemos acompañamiento a los familiares, desde una perspectiva técnica-profesional, para acompañar los procesos de memoria y los intensos sentimientos que surgen en ese momento. lo hacemos con el relato de lo que existe en otros países, como una parte más del equipo.
Nos comprometemos en desarrollar informes periciales que justifiquen que ahí no hay intento de revancha, que no hay enfermedad mental, no retraumatización, ni apertura de heridas, sino una situación saludable y positiva para las familias. Intentamos posibilitar que haya espacios en los cuales se pueda conversar y hablar, que las familias y los equipos puedan hablar e intentamos potenciar cosas que pasan con la exhumación.
En particular uno de los elementos que intentamos tocar es que la fosa sea un espacio pedagógico en el que se invite a participar a todas las personas del entorno que quieran pasar y se haga un trabajo previo de sensibilización de los colectivos, asociaciones, y gente en general. Se trata de movilizar la dimensión comunitaria y los cambios a partir de la exhumación. Intentamos abordar las expectativas, las frustraciones, y los rumores, asimismo durante las exhumaciones intentamos un acercamiento con las familias y planteando todo este tipo de cuestiones, también el cuidado de los cierres simbólicos o el manejo de las reparaciones simbólicas en el desarrollo de la fosa, la medicación con los familiares en caso de conflicto o la recogida de testimonios a pie de fosa, ya que la misma evoca recuerdos y memorias que muchas veces no salen en otras circunstancias.
En cuarto lugar, me gustaría comentar que abordamos este trabajo, como otros desde psicólogos sin fronteras, desde la perspectiva de la resiliencia, del modelo de competencia, de la psicología positiva. Miramos la situación de los familiares, trabajamos con ellos desde los elementos positivos, desde la visión del vaso medio lleno, hay, sin duda, una parte de dolor, una de trauma, de dureza, de elementos negativos, pero también una parte de elementos positivos, hay un aprendizaje y maduración, crecimiento personal y nosotros preferimos trabajar sobre estos últimos elementos. En virtud de ello, hablamos de modelos de competencia, de los resistentes, de sus estrategias y respuestas de afrontamiento. Siempre que trabajamos en estas cosas, lo que más admiramos son las estrategias de resistencia que han creado y trabajamos más sobre esto que sobre lo patológica. Nosotros no huimos, en la medida de lo posible de hablar de trauma o stress post-traumático y hablamos más de los aprendizajes para enfrentarse a lo que han tenido que vivir.
Por último, hablar de la empatía y la sensibilización. Hace poco leí un texto de las FAES que me dejo estupefacto, una mesa redonda que presentaba Esperanza Aguirre y en la que, entre otras cuestiones, se decía que estamos en una situación de guerra, que los europeos nos equivocamos y que hay que combatir la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, se trata, como proyecto global de movilizar el miedo, el terror, el pánico, la desconfianza al otro, el choque de civilizaciones.
Pues bien, nosotros apostamos por poner nuestros conocimientos, nuestra disciplina, también al servicio del desarrollo de acciones de sensibilización y movilización de la empatía que permitan romper algunos de esos círculos de miedo y ausencia de debate: se trata de hacer que las personas se pongan en el lugar de las victimas. Y lo hacemos, por cierto, y especialmente en el caso de los jóvenes, desde la utilización de lenguajes nuevos, cercanos a los mismos, que les son propios como la música, en sus diferentes estilos y vertientes, como las imágenes o las cartas contra el olvido haciendo que los que observan y nos miran se pongan en la situación de victima.
Y un último apéndice, si se me permite, sobre alguno de los debates que tenemos en el movimiento de memoria histórica con cierta frecuencia. Creo también que hay una falsa dialéctica o puesta en cuestión entre quien debe dar los pasos o dirigir las cosas o tomar la iniciativa: el estado o el movimiento. Desde mi trabajo en y con los movimientos sociales me gustaría recordar desde aquí que “necesitamos a papá y a mamá”, necesitamos a los partidos y a la sociedad civil, somos nosotros como movimiento los que estableciendo redes y sumando voluntades sin enfrentarnos por cuestiones terminológicas, podemos seguir consiguiendo cosas. La política institucional siempre va detrás, por eso es tan importante el lugar de los movimientos sociales.

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