lunes, 5 de enero de 2009

la memoria historica cierra heridas, articulo publico 18 septiembre


LA MEMORIA HISTORICA CIERRA HERIDAS

Con reiterada frecuencia aquellos que pretenden “recetar” el olvido para no recordar a las víctimas de la violencia suelen utilizar argumentos pretendidamente de carácter psicológico como la necesidad de no reabrir heridas en una especie de recomendación terapéutica del olvido como tratamiento: pasar página, mirar al futuro, son otras formas de recomendación utilizadas en similar dirección. Argumentos que no son nuevos y son repetidos por los represores y sus cómplices en nuestro país y fuera del mismo para evitar asumir responsabilidades. También suele argumentarse que todo se hace desde el rencor, el odio, la ira y la búsqueda de venganza.

Pues bien, ni desde la experiencia práctica en procesos de acompañamiento psicosocial a víctimas de emergencia o de la violencia política (como el 11 M, Kosovo o Argentina o las exhumaciones en España), ni desde la literatura especializada pueden sostenerse estas posiciones. No hay, por ejemplo, ni una entrevista o proceso de acompañamiento que nos indique que los familiares están motivados por el odio o el rencor, no hay ninguna evidencia de ello.

Quedan, eso sí, deseos de justicia, de recordar y la necesidad como derecho humanitario de primer orden, de encontrar al familiar desaparecido y enterrarlo adecuadamente, cerrar el largo y silenciado durante años ciclo de sufrimiento, devolver al deudo un merecido recuerdo y homenaje enterrándole y honrándole como merece.

Ni las entrevistas y acompañamientos desarrollados con los familiares, ni los conocimientos teóricos de los que disponemos sobre este ámbito, corroboran o apoyan que las víctimas deban guardar silencio para cerrar sus heridas. La legislación internacional y los derechos humanos marcan los tres pilares básicos de actuación consensuada en este ámbito: verdad (conocer lo que ocurrió, “hacer memoria”), justicia y reparación.

Desde una concepción rehabilitadora psicosocial sabemos que no puede haber elaboración de lo vivido, hasta que no se produzca, el reconocimiento de lo perdido y se hable de lo ocurrido cerrando heridas, mal cicatrizadas en este caso, por la imposibilidad de contar lo que paso o la presencia del terror social inoculado por la dictadura. Solo las víctimas directas y sus familiares son “dueños” de su memoria y sólo ellos pueden determinar cuándo olvidar y cuándo recordar. El olvido, además, será siempre relativo, ya que los hechos traumáticos estarán siempre de algún modo presentes en la memoria pues forman parte de la identidad de las personas. Antes de poder mirar al futuro y establecer un olvido siempre relativo es necesario haber podido asimilar lo ocurrido recordando, contándolo.

El dolor por la perdida, cura a largo plazo y es necesario para encajar lo ocurrido y para encauzarlo, para hacer el proceso de duelo; el dolor social lo es también para no repetir errores.

Los dos instrumentos psicosociales básicos con los que contamos para afrontar situaciones como la represión, son la posibilidad de hablar de lo acontecido para recolocar el transcurrir de la vida rota por los acontecimientos y, por otra parte, el reconocimiento social a la persona perdida y la reparación.

La represión masiva fue un instrumento para castigar a las víctimas directas y sus familias, tratando de eliminar su identidad, su recuerdo y la posibilidad de manifestar dolor. Se trataba de establecer un castigo mas allá de la propia muerte, extendido a la familia, borrar a la persona perdida que no merece ni ser enterrada como un ser humano.

La sociedad debe apoyar a las víctimas, partiendo del reconocimiento social e histórico de su condición de tales, posibilitando la expresión de emociones y recuerdos, dando espacio para elaborar lo ocurrido y homenajear y recordar lo perdido.

Por eso tiene poco sentido y resulta maniqueo, hipócrita, malintencionado y sin ninguna base o fundamento científico señalar la necesidad de recordar a las propias víctimas (mediante, por ejemplo, placas en las Iglesias o beatificaciones) recetando el olvido para las otras víctimas para no reabrir sus heridas. El abismo moral existente entre el tratamiento a unas y otras víctimas resulta increíble y al tiempo inaceptable en nuestro país y en cualquier otra parte del mundo.

También podemos usar el sentido común, ¿y si fuese una de su víctimas, de sus seres queridos para quien le recetasen el olvido? Entonces, seguramente, el debate terminaría demostrando lo superfluo que resulta. Por eso, hay que revindicar el desarrollo de medidas de recuperación de la memoria desde la óptica de los derechos humanos. Hay que acompañar al que sufre, ponerse en su lugar y tras escucharle revindicar con él justicia.

Todas las víctimas son iguales, sí, pero no todas han sido recordadas y tratadas igual, no todas obtuvieron reparación, ni reconocimiento, por eso, resulta grotesco recetar el olvido. Las víctimas de la represión sistemática y genocida franquista no son diferentes a las víctimas del 11M, del 11S o de ETA, tampoco de otras víctimas en Argentina o Chile, todas demandan legítimamente ser reconocidas como víctimas, ser reparadas, que se conozca lo que ocurrió y que se les trate con justicia.

Cabe afirmar, por tanto, que los procesos de recuperación de la memoria histórica cierran heridas, cierran procesos y contribuyen a una mejora en las condiciones de vida de los familiares. No se abren traumas, más bien se normaliza la convivencia, se rompen tabúes sociales y políticos, y con ello las personas, atenúan sus propias pesadillas.

J. Guillermo Fouce. Profesor U. Carlos III y coordinador Psicólogos sin Fronteras Madrid.

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